Suenan trompetas y timbales,
el gentío copa los laterales,
el rumor recorre el anfiteatro,
va a comenzar la obra de teatro.
Los alguaciles pisan el albero,
tocados de capa y sombrero
a lomos de caballos pintureros
hollando la arena como luceros.
Al presidente rinden honores,
con gesto señorial piden permiso,
en breve sonará el primer aviso
con un corto redoble de tambores.
Los tres toreros con sus cuadrillas
cruzan la plaza con las mulillas,
piden la venia a la presidencia
y se retiran con reverencia.
Ocupan los burladeros atentos,
contemplan el tendido abarrotado,
los aficionados con rostro alborozado
aplauden jubilosos y contentos.
Seis toros braman en los toriles,
sobreros y mansos velan su turno,
se retiran caballos y alguaciles
y el coso se queda taciturno.
Un telón de suspense y expectación
enmudece la platea circular,
el anillo brilla crepuscular
con la función cuajada de emoción.
Se abre la puerta de la esperanza,
sale el toro derrotando bravura,
recorre la plaza como una danza
y muje desafiando a la cordura.
El maestro de la lidia, el torero,
irrumpe recortándose en el albero,
tocado con traje de grana y oro
burla burlando capea al toro.
Con su capote rojo granada
sortea la primera andanada,
pases adornados por chicuelinas
y otros lances de fintas divinas.
Cede el toro en su embestida,
el cambio de tercio da el clarinete
y por arte de magia un jinete
montado toma parte en la partida.
Ha comenzado la suerte de varas,
la cabalgadura oculta su cara,
el jinete con su lanza acerada
lancea sobre la testuz toreada.
El toro, picado y humillado,
arremete a la cabalgadura,
descabalga al jinete derrotado
y cornea al caballo con locura.
Un clamor teñido de estupefacción
recorre el tendido horrorizado,
el lance ha sido desactivado
y el desenlace llena de satisfacción.
Al ruedo saltan los banderilleros,
colocan sus banderillas certeros,
el toro sacude los florones
y se somete a los viles rejones.
El torero pide cambio de tercios,
brinda al público su mejor faena,
su montera arroja sobre la arena
y cita al morlaco en los medios.
Una partida juegan a muerte,
el toro embiste con furia ciega,
el torero con su capote pliega
buscando en su pliegues la suerte.
Con pases de pecho y chicuelinas
va ligando atrevidas verónicas,
culmina la faena con manoletinas
que contarán las sagaces crónicas.
Toro y torero han peleado,
el toro en suerte es colocado,
con la espada desnuda de clemencia
el torero dicta la sentencia.
El diestro veronifica al astado,
la espada recorta en el cielo,
penetra como un rayo en el costado
y vencido, cede besando el suelo.
Una estocada corta o tendida
deja a la bestia malherida,
se resiste a entregar la vida
y el descabello firma la partida.
Los tendidos se cubren de pañuelos,
el júbilo desborda las pasiones,
el presidente despliega los señuelos
y orejas y rabo van de pendones.
Con los trofeos el torero pasea,
el pasodoble retumba en la platea,
el público enardecido le jalea
porque ha triunfado en la pelea.
Las mulillas arrastran al vencido,
aplauden su casta y bravura,
el ganadero se lo ha merecido
por haberlo librado de la censura.
P.D.
La tauromaquia es una tradición
arraigada en el latir de la nación,
española por los cuatro costados
pese a los debates denostados.
Cada cual elige su diversión
para dar rienda suelta al sentimiento.
El toreo es pasión y admiración,
no habrá ley ni reglamento
que borre del mapa nuestra afición.
La piel de toro intentarán cuartear
pero la fiesta nacional por excelencia
sobrevivirá a nuestra pendencia.
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