¡ Cómo deja el tiempo su huella! La ciencia avanza que es una barabridad, dijo algún lumbreras. Pero este avance casi borra la huella de cosas que vimos y vivimos siendo niños.
Es el caso del horno de leña. Hace cincuenta y tantos años, eran populares el horno de Bernardo en Vega y el de Pura en Sampedro, amén de otros muchos que funcionaban en casas particulares, normalmente al lado de cocinas de lumbre baja,
a las que adornaban las famosas pregancias.
Ello nos permitió compartir la faena y el proceso para llegar a degustar aquel bollo, rosca, hogaza o empanada y a veces, el roscón, sobre todo en las fiestas locales.
En Noceda, hoy, a penas pueden funcionar un par de ellos como muestra o reliquia.
En su honor y como remembranza de aquellos años de niñez, le dedico estos endecasílabos:
Horno de circulares costillares
abovedados hasta los sillares,
hoguera de reflectantes destellos
acrisolados en rojos cabellos.
Forno que finges faces del infierno,
no te creas cacerbero del Averno,
pues propicias tertulias en invierno
a los que esperan saborear pan tierno.
En tu escafandra de paja y barro
engulles con tus feroces fauces
feijes de sarmientos y urces
hasta caldear la corona de sarro.
Con harina y agua de la fuente
vertidos en la masera de madera
se manipula la masa lleldera
con hurmiento hasta que despierte.
En tu vientre de calor abrasador
introduce el hornero el furganeiro,
recorre el recinto acogedor
y coloca la hornada en el eiro.
En tu nido de solera candente
se hornea el bollo y la empanada,
el pan candeal y, de madrugada,
brindas las hogazas de pan crujiente. End.
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1 comentario:
Estoy segura de que a mi abuela, Pura, le encantaría leer el poema Victor. Sabes que te aprecia.
un saludo
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