lunes, 26 de septiembre de 2011

EL CASTAÑO DE LAS CHANAS-Noceda del Bierzo



En el corazón de las Chanas, un castaño centenario sostiene en sus brazos casi una docena de nidos de cigüeña.
Durante su vida longeva ha cobijado a labradores y segadores de trigo y centeno ofreciéndoles la sombra acogedora durante la siesta estival.
Fue testigo de labores agrícolas, de niños aprendiendo a arar o segar con el hocin y de hombres y mujeres sudando la gota gorda en labores de recolección de las cosechas.
Ya no sestean las ovejas ni reposa el campesino ni se labran las tierras que se vestían de oro y rojo amapola.
Por eso ha elegido otro destino, provocado por el odioso chancro y el abandono rural.
Ha optado por reciclarse, dando aposento a las cigüeñas y orientando a los parapentes.

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Anclado en el corazón de las Chanas,
a un paso de la carretera
y al amparo de la ermita rociera,
un castaño susurra nanas.
Castaño de vida prolongada,
testigo del ajetreo rural,
regalando castañas al zagal
y sombra a la yunta fatigada.
Con talante acogedor abre sus brazos,
escruta los cielos con abrazos
y con sus ramas secas de señuelo
cita a las cigueñas en su vuelo.
En su ancianidad inveterada,
con sus brazos secos y cansinos
se erige en monumental posada
para cigüeñas y cigüeñinos.
No menos de ocho nidos
sustenta en sus cañones heridos,
al cielo los ofrece rendido
como tributo del vencido.
Ocho nidos, ocho soles,
ocho cunas, ocho faroles,
flamean como pendones
entre vegas y corones.
En cada nido dos cigüeñas
acurrucan dos cigüeñines,
del castaño y la Chana dueñas,
entonan con sus picos los maitines.
En las acequias y los bancales
croan provocadoras las ranas,
en el castaño de las Chanas
bailan danzas ancestrales.
Un despegue de alas blancas
surca los cielos violetas
y entre zancadas y tretas
sorprenden a las ranas en las charcas.
De la cumbre del Gistredo
o de la rampa del Cervatin
despegan como un enredo
los parapentes bergantin.
El castaño, faro en el llano,
mudo espectador de humanos,
orienta a ícaros mecanos
tendiéndoles su larga mano.
Ante sus pies anclados
aterrizan esos seres alados
disfrazados de Icaros cretenses,
para distracción de los nocedenses.

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